a fin de cuentas
el mundo se hizo un bollito,
sufrió un trance,
se hizo chocolate la almohada
y me dormí
empezando a creer que no
hacía falta
más que añorar resucitar
o ser el mismo éter que flota
entre los dientes
de una deglución
y
quien oye el silencio
es dejado
de lado
por sordo;
pero el gusto de la madera
y el papel de la carta
aún quedan en el rincón
de la habitación
los sonidos
no saben qué esperar;
quizás el muerto se haga mensaje
el sueño se biotransforme en ring,
adquiera la forma de sexto dedo sonoro
y la siesta par concluya de golpe,
con un sueño de sonido monosilábico, ring,
o con cualquier otra insignificante excusa vespertina
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