a veces me hago un poco el desatento
sólo para permitir que algo me suceda como casual,
para que media inocente la media mañana
me pida que le convide de mi café con leche,
o no sé, o quizás sea esa certeza
de saber que todo muy lindo,
pero después, al mediodía,
por más sol gigante que ahora esté brillando
quizás llueva y se moje todo, mucho,
ay, pero aún tengo la ilusión infantil
de que este momento,
esta excepción del domingo se atore, o no sé,
que se le atolondre ese mecanismo
inexorable de abandonarme una y cada vez,
para entonces dejarme a disposición de un mediodía
curioso, enfermo de hambre y somnoliento
y escuchar cómo se anuncia,
soy un puente para tus sensaciones, vení, cruzame,
y al final está la siesta con ese diagnóstico demoledor de vacío,
y la noticia indigerible de que todo haya sido
sólo un paseo onírico del que ya no me voy a poder levantar,
mis sueños tirados entre las cosas de la mochila,
desparramados a lo ancho y largo del living,
y luego, el edema de la media tarde, la sed atrasada,
el intento débil por buscar al culpable de esto,
al que impunemente deshizo mi voluntad y mi cama,
tengo guardada la esperanza de que alguien,
al menos alguien, me invite a su terraza de perros nocturnos,
ya sé que se hizo tarde para cualquier aventura
pero aún así voy a hacer mi intento por escapar dirección parque,
y entonces, detrás del portazo de mi puerta dé,
voy a dejar este poema escribiéndose solito
con la inercia tan típica
que regala una tarde, súbita noche,
de un domingo del montón
1 comentario:
qué bueno
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