con los oídos arrugados de tanto hablar
nos sentábamos al fin a escuchar
todos aquellos discos revolucionarios,
a intentar definir si el escaramujo
era del mar o de la rosa o de quién,
a intentar imitar ingenuamente al menos un estribillo,
en eso se nos iba toda la madrugada,
aunque de a ratos leíamos algún libro
de esas materias anuales o de esos apuntes diarios
y además, ese amor cubano
(ay, esa época de amores sin división política)
¡quién nos hubiera advertido que el trampolín de los 20
nos haría saltar hasta esta época!
entonces una vez,
nos miramos en el espejo de casiopea
como siempre, entonamos inocentes y bitonales
y mientras uno comprimía la cuerda más grave
y exageraba ese ruido intersticial entre nota y nota
el otro desconfiaba de lo crudo, de lo torpe que sonaba
detuvimos la presentación fantasma del dúo
dudamos (es decir, estábamos creciendo), de ese golpeteo
nos balancemos una y otra vez
sobre aquel puente colgante que separa al sol del do
hasta que al fin lo supimos:
ese sonido era deliverado,
descubrimos que la belleza entonces podía ser imperfecta,
(o lo perfecto era otra cosa)
creo que lo dijiste vos, o yo
no sé bien
luego
la escalera,
las puntas de pie,
el mitin de cada madrugada,
lo absurdo de los dedos engrasados
la víspera del examen menos importante
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