dispongo cortinas, palabras, colores
(es inútil, pero insisto en clasificar mi nostalgia en
códigos rojos, amarillos y naranjas)
pongo de fondo y en duda una vieja y hermosa canción
(¿te asusta mi guerra menos
que alto el fuego en mi corazón?)
decido sobre esto y aquello
(café para las ideas propias,
un té digestivo para las ajenas)
elijo un final entre tantos
(solo,
jugando con la cuchara y los paréntesis
mirando por la ventana
despidiendo al invierno
que se aleja
esta vez
ofendido)
reflexión final:
no, dejá, pago yo, como siempre.
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