domingo, febrero 13

yo mismo

ya no tengo tanta paciencia,
en lugar de eso tengo dos manos llenas de dedos
y en cada dedo guardo mil poemas,
enroscado, como un abrazo de diminutas proporciones,
con forma de anillo de pasto,
llevo un trofeo de metal y bajorrelieve,
en el extremo, saltando como un clavadista
está la uña malformada, su antigua crónica de la puerta cerrada;
está deforme la pobre, pero más prolija que antes,

¿será mi vejez inoportuna?
¿o serán las horas de sueño robadas por las altas temperaturas?,
las miradas de las mil madres tristres,
el destino en manos del sarampión,
o mi misma razón de querer ser distinto en algo
a aquél de quien hablo siempre:
el de las madrugadas entre libros,
el de los periscopios de viernes santo,
el de las listas de proyectos,
al final, el yo mismo de siempre.

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